En un abrir y cerrar de ojos

Tempo di lettura: 3 min

 

Mario abrió los ojos apoyados en el vidrio del vehículo y la mujer murió y las lágrimas que aún cabían en sus ojos dejó que el sol se las secara. Por cada resalto su cabeza golpeaba en la ventanilla con pequenos toques. La gente, que corría de un lado para otro empapada en polvo, iba buscando la manera de salir de quella pesadilla. Los hombres pardidarios de los mismos ideales ya no se reconocían entre ellos, ya todos tenían la misma cara. Los párpados de Mario ahora no se podían cerrar, y como una cámara pasaban de escena a escena en resena de la realidad. Y el nino murió antes de poder preguntar a sus padres por qué las personas que estaban en el suelo parecían ausentes. El rojo paró el carruaje y durante los diez segundos en los que ni los peatones ni los conductores se podían mover, su mirada se hipnotizó en el horizonte.

Por un lado de la calle él: veinte anos, pelo moreno y un aire a orgullo fomentado por su divisa militar. Por otro, ella: icono rubio y casi romántico, no fuera por las manchas rojas en su ropa que no se podían quitar.

Verde. Las dos miradas se interceptaron en el medio del cruce y una descarga de magia pura atravesó el aire y hasta los peatones. Él se bloqueó como hipnotizado, ella siguió por su camino con la cabeza dirigida hacia atrás.

Mario estuvo esperando algunos segundos que sucediera algo. Que ella regresara . O que él la persiguiera. Pero la mujer desapareció detrás de una esquina y la vida retomó su hilo: la gente, el ruido, cada cosa empezó a moverse otra vez. Menos él, el cuello bloqueado en dirección del punto en que ella había desaparecido mirando con sus indistinguibles ojos de infinita hondura. Entonces algo increíble pasó. El general grito para llamarlo a la no-vida de siempre, pero el hombre permaneció sin girarse. No quería intrusos en su espectáculo.

Otro verde. Y los vehículos se movieron, y el cuerpo de Mario se desplazó, pero sin su mente. Continuaba rebobinando la cinta de aquellos diez segundos. En una sociedad en la que la posibilidad de conocer a una persona reside sólo en que nos la presenten antes, no se comprende que no va a ser un adjetivo o cualquier otra palabra a modificar la temperatura del corazón.Mientaras que son siempre y solamente los gestos. Y el gesto por antonomasia es la mirada, que habla un lenguaje mágico que las palabras no logran contaminar.

Le vinieron unas ganas terribles de empezar a fotografiar estos momentos, para poder parar, bloquear, imprisionar los verdaderos instantes de vida sacando fotos que ponerse en la divisa y vivir la muerte con, por lo menos, el sabor de vida en un bolsillo. Estrechó la vieja cámara del padre, con la intención de, quizás, mandar sus mejores disparos a los periódicos europeos. Cuando salió del coche, ya los ruidos no eran voces sino que otros disparos, y entre aquella multitud de cuerpos perdiendo la concepción del tiempo iba buscando sus víctimas. Y entonces, por fin, las encontró. Un hombre estaba sentado en el suelo, el hombre de la mirada infinita estaba sentado en el suelo, y sobre suspiernas yacía la mujer, banada de sangre, y a los pies, en cruz, estaban los dos fusiles. Se acercó. El hombre no dijo nada, ni se movió: estaba allí, pero no estaba. Miraba sin ver, y en esa cara sin lágrimas estaba toda la guerra y todo el dolor. Entonces Mario dejó su fusil en el suelo y empuno la cámara. Corrió la película, calculó en un santiamén la luz y la distancia y puso en foco la imagen. Los dos estaban en el centro delobjetivo, inmóviles, perfectamente recortados contra el muro recién mordido por las balas. Iba a tomar la foto de su vida. Puso el dedo en el botón de la cámara, pero el dedo no apretó. Su garganta se bloqueó y, con ganas de provocar el fugaz instante negro que se produce al hacer un clic, Mario cerró los ojos.

 

Maria Basso (4F)

178610cookie-checkEn un abrir y cerrar de ojos