El lobo ecológico

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el lobo ecologicoAbrió los ojos y alrededor había un bosque. Se levantó del suelo, no había nadie.
La lluvia había dejado un olor de verano mojado, tenía frío.
El viento movía su pelo perfumado y las golosinas de su bolso estaban todas dispersas y formaban un círculo de colores.
Decidió levantarse para buscar ayuda pero se cayó. El tobillo le dolía mucho y no podía moverse.
Intentó llamar a alguien con el móvil pero se quedó sin batería. No sabía qué hacer.
Mía se acostó, cerró los ojos, y se durmió.
– Jajaj, deja de lamerme, ¡me haces cosquillas!
Era un lobo, precisamente un cachorro, y tenía algo alrededor de la garganta; aullaba.
Al principio Mía tenía miedo del lobo, y el lobo de Mía, pero cuando la chica logró quitar lo que le molestaba tanto al pequeño lobo, él la miró de una manera diferente; estaba ganando confianza.
Quiso acariciarlo un poco en la cabeza y él se dejó tocar sin sentir miedo.
Una nueva amistad estaba naciendo en aquel bosque: una chica pelirroja y un lobo blanco.
Mía se acordó de que en la mochila llevaba una crema para los dolores, así que se la puso en el tobillo.
Cuando pudo levantarse el lobo empezó a correr por un camino allí cerca y Mía tuvo que seguirlo.
Cansada y jadeante se paró, bebió unos sorbos de agua y miró alrededor.
Cientos de residuos: botellas de plástico, latas de aluminio y hojas de papel rodeaban toda la zona, y el agua del río casi no fluía por la cantidad de basura que había.
Mía quería limpiar todo para salvar el hábitat de su amigo lobo y para mejorar el mundo; tenía sólamente un problema: ¿cómo hacerlo sola?
Se sentó bajo un árbol comiendo caramelos y pensando en un plan, cuando
empezó a llover mucho y Mía tuvo que quedarse en una cueva.
Allí encontró unas ramas bastante largas para construir una escoba y cuando dejó de llover corrió a trabajar.
Después de unas horas un conjunto de materiales empezó a acumularse.
También el lobo estaba trabajando como podía; movía con el hocico la ropa y parecía contento y agradecido.
Cuando ya estaba casi todo limpio, justo mientras Mía cogía el último cigarrillo, llegó un coche sonando la bocina y ella lo reconoció.
Por fin su papá la había encontrado y del coche bajaron la mamá, Eva la hermanita y sus amigos Felipe y Claire que la abrazaron.
Todo concluyó bien: Mía volvió a casa y el lugar donde el lobo vivía con su familia permaneció limpio y convertido en “Zona Natural de la Ciudad”.
¡La amistad entre Mía y Tundra vivió para siempre en sus corazones!


Claudia Brizzi (2E)

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