Había una vez un chico, Luis, que buscaba trabajo. Un día llamó a las puertas de un molino y un molinero le abrió desesperado porque tenía que trabajar solo.
Él le dijo: “mis ayudantes se han ido porque le tenían miedo al rey del agua. Todas las tardes viene a tomar el pelo a quien trabaja aquí”.
“Yo no tengo miedo”, dijo Luis.
A medianoche oyó el golpear de una puerta. En seguida el chico preguntó: “¿quién es?”, pero nadie contestó.
Sin asustarse, abrió las puertas e inmediatamente entró un hombrecito de piel clara, ojos y pelo azules.
“Sólo es el rey del agua -pensó Luis-. Ya sé cómo tengo que hacer para que vuelva por donde ha venido”.
Luis sabía cómo engañarlo. Le preguntó al rey si quería hacer una apuesta con él; el rey aceptó.
El hombrecito tenía que hacer girar la rueda del molino hasta el amanecer. En cambio él tendría la libertad de molestar siempre a los trabajadores.
Después de la quinta, sexta, séptima vez, el rey tuvo que pararse por el cansancio. Juró no volver jamás a fastidiarlos y, reconocido el empeño del joven en aquel trabajo, le regaló un río, que hizo girar la rueda sin la fuerza del hombre.
Roberta Bonzo (3E)