La felicidad de la sonrisa

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En el planeta en el que vivimos,el de los ricos, – rico es cualquier persona que disfruta con lo superfluo- , estamos acostumbrados a  empachar a nuestros  hijos con dones materiales que jamás les acompanarán cuando la soledad ante el simple misterio de la vida les agobie. En sus perplejidades de iniciado al trauma de existir, ningún niño de este mundo encuentra consuelo al contemplar el coche en miniatura, imitación perfecta del último modelo en el mercado, que puede pilotar por el parque para sacar un poco de envidia de sus amigos. Los críos que temen la oscuridad,  los que sufren la pesadilla del suspechado abandono porque no entienden las discusiones de sus padres, o que detestan la rigidez de la maestra, o que se mean en la cama porque temen no ser bastante amados… una estantería rebosante de juguetes, con los últimos modelos, los más grandes, para la nocturna pena, sólo es un nido de fantasmas. Pocos padres no ignoran las verdades de la vida, y las resisten. Pocos prefieren acompañarle al campo y sentarle en un prado, en donde el niño retoza en el suave rompecabezas de las margaritas que crecen, como él, al amparo de las montañas. Hoy a los niños se ofrece todo, para acabar tristes poseyendo de todo.

Maria Basso (3F)

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