Estamos en Valencia, el 13 de enero de 2008. Nuestro hombre se llama Carlos, un jubillado de 65 años. Este senor guapetón y atractivo, regordete y calvo, se pasó el día mirando partidos de fútbol (como cada día), en el bar « El Penalty »; decorado con bufandas y banderitas de todos los equipos. El fútbol es su pasión, la cerveza su adicción. No tiene ninguna relación con las personas de su alrededor, que le reprochan su desinterés, su racismo y su falta de consideracion por los demás. En su antiguo trabajo como en la vida cotidiana, nadie le saluda y él no saluda a nadie.
Un día, borracho perdido, decidió salir de su bar preferido para comprarse una camisa porque la que llevaba estaba empapada de alcohol. Después de caminar un poco, llegó a la calle de San Javier, donde se topó con una tienda desconocida hasta el momento : « Magic wear ». Intrigado, entró en la cutre tiendecita y vio una camisa amarilla estampada de flores de Hawaï en rebajas : – 50%. Sin dudas, la compró y se cambió en un santiarrén. La dependienta le saludó con una sonrisa y Carlos volvió a su bar para beber una última copa. De manera extraña, el dueño Paco le felicitó por el color de su bonita camisa. Carlos no sabía qué decir, así que decidió pedir otra Corona. Cuando se sentó, Andrés, un fanático del fútbol, conocido como «el borracho del bar» le preguntó :
-« ¡Oye Carlos! ¿Cómo estás? ¿Viste el partido de fútbol del Valencia ayer ?
-« Mmmm… Sí sí, lo vi… ¿Con un gol de Villa, No?
-« ¡Claro que sí! ¡Qué golazo! ¡Vaya delantero centro!
Atónito, Carlos bebió su caña silenciosamente. Incómodo, prefirió salir del bar a las cinco de la tarde, es decir tres horas antes de lo habitual. En el camino, andaba pensando en la conversación con Andrés :
-« ¿Pero qué les pasa? ¡Es la primera vez que me hablan en diez años! »
Cuando llegó a casa, sus vecinos jóvenes le saludaron y le preguntaron cómo le había ido el día. Carlos, cada vez más sorprendido y ebrio, no respondió nada. Se comió una pizza precocinada en el microondas y se dejó caer delante del televisor por toda la noche.
Al día siguiente, salió a hacer footing, y tardó menos de diez minutos en volver al Penalty. Saludó a Paco y Andrés (bebiendo una cerveza de nuevo), pero no le respondieron.
-« ¡Qué extraño! ¡ Ayer eran tan amigos míos y ahora me ignoran! ¿Quizás estén borrachos? »
Por fin Carlos se fue a su casa, deprimido. Todo su alrededor había perdido esta manera de tratarle de manera amiqable de un día para otro. Para consolarse, comió otra pizza calentada en el microondas y se fue a dormir.
Unos días después, se fue al estadio de Valencia para disfrutar del partido « Valencia C.F contra el F.C Barcelona ». Para esta gran ocasión, decidió ponerse su camiseta amarilla. Llegó al estadio Mestalla, donde todos los espectadores y jugadores le saludaban y le pedían a autógrafos. Carlos, atónito, entró en el juego y firmó todos los papeles y ropa de sus hinchas. En la mitad del partido, le invitaron a una cerveza, y a otra, y a otras más…. ¡ Qué buena vida !
Pero una cosa le preocupaba : ¿ por que tenía tantos amigos cuando llevaba su camiseta amarilla ?
Sólo una persona podía sacarle de dudas : la dependienta del « Magic Wear ». Entonces, decidió volver a la tienda en la calle San Javier pero no la encontró. Era como si la tienda nunca hubiera existido.
Durante los meses siguientes, utilizó su camiseta para otras muchas cosas : participó en un « Speed Dating » donde tuvo todas las chicas a sus pies, llegó a ser el jefe de una empresa de cerveza de calidad, visitó el mundo entero sin pagar nada, comió en restaurante de lujo todos los días, se compró un castillo en Mónaco, y abrió una cuenta bancaria en Suiza. Un día, en México, sus hinchas estaban tan enloquecidos que le agarraron de la camiseta y la partieron en pequeños trozos. De repente, toda la gente se apartó de él. Espantado, volvió a casa y se encerró por miedo a salir. En unos días, toda su vida de ensueño se desmoronó. Sus amigas le ignoraron, su empresa quebró, su castillo salió ardiendo, su cuenta bancaria fue clausurada, y nunca más comió un cubierto de más de diez euros. No le quedaba nada… ¡Sino una pizza, tres cañas y un partido de fútbol en la televisión!
¿Finalmente, qué son los dulces pláceres de la vida?
Benoit CATUSSE y Riwan MARHIC,
del Lycée de l’Iroise, Brest, Francia