Tierra Prometida

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Intifada

Intifada

El 2 de noviembre de 1917 el Ministro de Asuntos Exteriores británico Arthur Balfour escribió la carta que le  haría pasar a la historia. Dirigiéndose al líder sionista británico Lord Rothschild, se comprometió a apoyar la constitución de un Estado judío en la entonces posesión turca de Palestina. En el texto – que tomaría el nombre de Declaración de Balfour – se podía leer que

 

[…] El Gobierno de Su Majestad ve con ojos favorables el establecimiento en Palestina de una patria nacional para el pueblo judío, y se esforzará lo más posible para facilitar la consecución de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de que gozan los judíos en cualquier otro país. 

 

En el mismo periodo los británicos, enrolados en la Primera Guerra Mundial, les prometieron a los árabes de Palestina ayuda contra el dominio turco a cambio de su participación en el primer conflicto mundial. Se puede decir que en ese momento los británicos cayeron en contradicción por primera vez: prometían la misma tierra en el mismo tiempo a dos pueblos de cultura y religión muy distintas. Además, ambos, palestinos y judíos no solo querían vivir en la “tierra prometida”, sino anhelaban fundar un Estado propio. ¿De verdad creían los británicos que era posible una convivencia pacífica, o simplemente no se habían planteado el problema? Al convertirse Palestina en un protectorado de Gran Bretaña, después de la Primera Guerra Mundial, las ventajas económicas que los británicos obtuvieron de la venta de los territorios que los Judíos de todo el mundo compraban a través de la Agencia Judía fueron considerables. Tan considerables que hicieron desaparecer cualquier escrúpulo – si alguna vez  había existido alguno. Palestina era un protectorado británico, y legalmente los británicos podían hacer lo que quisiesen, pero vendiendo a los Judíos los territorios de los Palestinos, faltaron a la palabra dada en la Declaración – “[…] quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina.” -, pues les estaban quitando a los Palestinos el derecho civil de vivir en sus tierras. Se contradecían por segunda vez.

En la Proclamación del Estado de Israel del 14 de mayo de 1948 en Tel Aviv, el Jefe de Estado Ben Gurion pronunció las palabras paz, libertad e igualdad social y política. La idea de los Judíos de convivir pacíficamente con los árabes existió durante cierto tiempo, y se murió cuando los Judíos se dieron cuenta de que sus vecinos no estaban dispuestos a dejarles todo su espacio, y a (sobre)vivir en partes de territorio cada día más pequeñas. Las violentas reacciones terroristas de los Palestinos empeoraron las cosas.

 

[…] El Estado de Israel estará abierto a la inmigración judía … promoverá el desarrollo del país para el beneficio de todos sus habitantes; estará basado en los principios de libertad, justicia y paz, a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará libertad de culto, conciencia, idioma, educación y cultura; salvaguardará los Lugares Santos de todas las religiones; y será fiel a los principios de la Carta de las Naciones Unidas.

 

En realidad, cada guerra árabe-israelí constituyó una contradicción de las palabras de Ben Gurion, pues ¿qué derecho tenían los Israelíes de invadir los territorios palestinos para ‘prevenir una ofensiva árabe’, o de expansionarse en perjuicio de los ismaelitas? La contradicción, típica de la cultura británica, había afectado también a los Judíos. Por lo menos los Palestinos, que contestaron a los errores de sus vecinos con el error inhumano del terrorismo, nunca pronunciaron palabras parecidas a las de los Israelíes. Antes de los acuerdos que siguieron a la Guerra de los Seís Días, nunca declararon una igualdad de derechos entre ellos y los Judíos que después no respetaron.

 

Cada personaje de una historia la cuenta desde su punto de vista. Una vez organizado el Estado de Israel, empezó una verdadera propaganda judía en contra de los Palestinos, que los etiquetaba como terroristas, inhumanos y como el enésimo pueblo antisemita. Probablemente, si unos cristianos hubieran estado en lugar de los Judíos, los árabes habrían atentado contra objetivos cristianos de la misma manera, pero la mayoría del pueblo judío no lo entendió.

Página web del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, apartado de la Historia del Estado. Los primeros cuatro párrafos tratan del periodo histórico que va desde el nacimiento del Estado hasta la campaña del Sinaí. No extraña que los Israelíes acaben siendo los principales afectados por el conflicto que tuvo lugar en aquellos años, y es normal que gran parte del segundo párrafo se dedique a exaltar el sistema educativo y agrículo de los Israelíes, su cultura y su actividad artística.

Lo que no se debe olvidar es que, si se leyera un artículo sobre los mismos años escrito por un periodista palestino, las mismas guerras, invasiones y matanzas aparecerían muy diferentes. Con mucha probabilidad,  los ataques terrorísticos árabes dejarían de ser actos inhumanos y locos, y se convertirían en la normal reacción de un pueblo exasperado. La ‘necesaria guerra preventiva’ de 1967, sería simplemente el enésimo abuso perpetrado por Israel.

Todo el mundo tiene su opinión sobre el problema árabe-israelí. Hay personas que se declaran totalmente a favor de los Palestinos, y hasta llegan a justificar los ataques terroristas. Hay quién, más moderadamente, reconoce los crímenes contra la humanidad cometidos por ambas partes, pero admite que la ONU e Israel mismo se equivocaron cuando creyeron poder hacer lo que se les antojase y actuaron como si los Palestinos no existieran. Las restantes personas se declaran a favor de los Judíos de Israel, por convicción personal o por no ser acusados de antisemitismo.

Aunque EEUU está a favor de Israel – y con ellos casi todo el mundo occidental – y le proporciona armas, esa última categoría lamenta no poder expresar libremente sus ideas. No es falso que algunos de los más grandes editores de España no quieran publicar libros abiertamente a favor de Israel. La causa de esta negativa puede ser la opinión personal del editor – que por una vez pone la ética delante de las ventajas económicas – o puede ser el miedo a ser etiquetados como inhumanos por la parte de población mundial que defiende a los Palestinos – como sostienen algunos grandes premios literarios españoles, coautores del texto “En defensa de Israel”, que no consiguió publicarse con ningún gran editor español. Las críticas que esos grandes escritores dirigen a los Palestinos conciernen sobretodo al terrorismo y la Intifada, acomunados – según la opinión de Gabriel Albiac, premio Nacional de Ensayo – por la inmoralmente obscena decisión de líderes adultos de adoctrinar a jovenes muchachos y muchachas para que sean ellos a hacerse explotar en una plaza o a lanzar piedras contra los tanques israelíes. También se les acusa a los Palestinos – y a los árabes en general – de atentar contra todo lo que Israel y el mundo occidental tienen de bueno, no  para conseguir su libertad, sino para destruirnos a todos y llegar a dominarnos.

Como ya he dicho antes, con mucha probabilidad los árabes se habrían portado de la misma manera con los cristianos, y si una parte de la población mundial los defiende, se trata de simple pietad con seres humanos encerrados en campos de refugiados, y no de antisemitismo.

De todas formas, hay Palestinos que han pasado toda su vida en un campo de refugiados sin cometer ni un atentado y hay Judíos que siempre han estado en contra de las guerras árabe-israelíes. Es por ellos que debemos solucionar este conflicto: para que unos puedan, por fin, salir de los campos de refugiados y hablar con los otros, que llevan años trabajando por la paz.

 

Chiara Murgia (3C)

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