En cuanto su pluma tocó el papel, todos sus pensamientos empezaron a tener forma.
Ya a principios de la segunda línea en torno a él aparecieron blancas murallas y el sonido de una rara canción ocupó el aire.
El escritor,en cierne, con el clásico entusiasmo del pincipiante, se dejaba llevar tranquilamente por su imaginación.
Un hombre sentado en el suelo tocaba con pasión un bandoneón inexistente y una mujer, casi desnuda, bailaba sobre un piano.
El recién nacido novelista,algo divertido, intentó establecer una conversación con sus personajes pero ellos, altivos y vigorosos, no pensaron ni un segundo en perder la concentración en lo que estaban haciendo.
El cuento estaba a punto de terminar, y él quería que otras historias entraran en su mente. Había llegado la hora de irse. Al levantarse miró a su alrededor.
Sus ojos no pestañeaban, miraban sin ver. “No es posible” susurró con el cuerpo perdido en alguna parte, en ninguna parte.
“Me olvidé de pensar en una puerta”.
Maria Basso,
del Convitto Nazionale Umberto I de Turín, Italia