En el mes de febrero, en la universidad de Turín, tuvo lugar un homenaje a Mario Benedetti, y lo tengo que confesar: antes de ir ignoraba serenamente su existencia. Conozco de memoria las declinaciones de latín, y puedo traducir sin problemas un cum más subjuntivo, pero que Mario Benedetti fuera un escritor uruguayo, exiliado y “desexiliado”, ganador de varios premios literarios y conocido a nivel mundial, lo ignoraba completamente.
No es que no me guste leer, algunas veces yo también leo libros. Si, por ejemplo, el homenaje hubiera sido para Cortázar, Bécquer, Machado o Tomeo, lo habría preferido, ya que estos son escritores que leo de reojo en los huecos de tiempo que me deja el latín. Pero no se habló de ninguno de ellos. Y, en el homenaje, al escuchar lo que escribió, me perdí en la mar. Es uno de los poetas más importantes para la cultura española e hispanamericana y no se conoce en Italia. Normal. En un mundo donde todos sólo quieren ser tranquilizados en sus propias convinciones, comprando libros de autores que ya conocen y buscando en los periódicos las opiniones de los que ya piensan como ellos, es obvio que se siga por este camino ya labrado.
Mientras que sus poemas continuaban entrando por mis ojos, había voces que decían: “habrá que hacer algo por este hombre… sí, tuvo un gran coraje”. Y es justo ahí que está el problema de los italianos. El coraje es el gran forajido de nuestra cultura. Ya no era mucho en los tiempos de Don Abbondio, pero -por lo menos- en aquella época había una razón. Ahora ni siquiera lo nombramos. Quizás seamos nueve millones delante de una televisión para ver el último escándalo del momento, pero después, terminada la sorpresa, se regresa a las pequeñas cobardías habituales: mentiras gratuitas porque da miedo decir la verdad, una amante acumulada a la mujer por temor de dejar a ambas, trabajos fijos que no nos gustan pero que nunca dejamos por elmiedo del nuevo peligro. ¿Y cuándo se puede aprender de otra persona? No… , mejor no… El mundo que nos rodea es un mundo de valores con los cuales no queremos contaminarnos. De valores y de futuro sólo hablan las televisiones locales. Nosotros no podemos gastar el tiempo así. Tenemos otras cosas que hacer: aumentar nuestra experiencia y tener nuevas cosas, como nuevos parámetros para razonar, no nos interesa. Ya estamos bien y llenos de cosas, como un mudo lleno de ruidos. Un ruido que avanza sin remedio. Por suerte. Nunca querría que nos encontráramos condenados (qué angustia) a pensar.
Maria Basso (3F)